-Quitarle la vida a un ser es el acto de mayor potestad divina que un hombre puede alcanzar, es lo más cerca que podemos estar de sentirnos como Dios.
- Tenéis toda la razón, mi querido Abad. Además, si podemos sentirnos un poco como Dios, obviamente nos acercaremos aun más a realizar al pie de la letra su voluntad.
-Así es, hermanos míos, nuestra voluntad es el sendero hacia la voluntad de Dios.
Luego dos monjes le trajeron un cordero al Abad, y lo pusieron sobre el altar. El Abad sacó un cuchillo con el mango en forma de cruz y dijo:
-Han pasado un poco más de quinientos años desde que fue realizado el acto más divino y puro: Dios sacrificó a su único hijo. Y hoy, hermanos míos, comenzamos a entender ese precioso acto.
Después de decir esto con los ojos desorbitados incrustó el cuchillo en el pobre animal que comenzó a desangrarse poco a poco hasta que dejó de moverse. Todos los monjes adoraban enceguecidos al Abad, menos uno que se mostraba perturbado por ese actuar irracional.
Luego el Abad habló nuevamente:
-Pero, ¿Qué es matar a un pobre animal? El verdadero acto se logra al extinguir la vida de un ser humano. ¡Sólo Dios puede crear vida, pero nosotros si podemos crear muerte!
El Abad les susurró algo al oído a los monjes que trajeron al cordero y estos asintieron con reverencia, caminaron hacia el monje que se mostraba consternado y a la fuerza lo llevaron hasta el altar poniéndolo de espaldas encima de la sangre aun tibia del animal.
Nuevamente alzó su cuchillo ensangrentado y dijo:
-¡Dios dijo no matarás y serán buenos hombres, mas yo os digo maten y seréis como Dios!
Justo en el momento en que el cuchillo bajaba para hacer contacto con la piel, el monje logró liberarse y le arrebató el arma al Abad poniéndosela en el cuello. Los demás monjes no se movieron y el monje rebelde, sin pensarlo demasiado, comenzó a cortar al Abad quien emitía quejidos entrecortados y ahogados por su propia sangre. El monje no se detuvo hasta que quedó con la cabeza del Abad completamente cercenada en la mano y tomándola de los cabellos la alzó en señal de victoria y dijo:
-¡Contemplad hermanos míos, la muerte creada por mi mano y mirad mi aspecto divinizado, mi voluntad me ha acercado a la voluntad de Dios!
Los monjes aun impresionados comenzaron a adorar y a cantar:
-¡Viva el nuevo Abad! ¡Viva el nuevo Abad!
- Tenéis toda la razón, mi querido Abad. Además, si podemos sentirnos un poco como Dios, obviamente nos acercaremos aun más a realizar al pie de la letra su voluntad.
-Así es, hermanos míos, nuestra voluntad es el sendero hacia la voluntad de Dios.
Luego dos monjes le trajeron un cordero al Abad, y lo pusieron sobre el altar. El Abad sacó un cuchillo con el mango en forma de cruz y dijo:
-Han pasado un poco más de quinientos años desde que fue realizado el acto más divino y puro: Dios sacrificó a su único hijo. Y hoy, hermanos míos, comenzamos a entender ese precioso acto.
Después de decir esto con los ojos desorbitados incrustó el cuchillo en el pobre animal que comenzó a desangrarse poco a poco hasta que dejó de moverse. Todos los monjes adoraban enceguecidos al Abad, menos uno que se mostraba perturbado por ese actuar irracional.
Luego el Abad habló nuevamente:
-Pero, ¿Qué es matar a un pobre animal? El verdadero acto se logra al extinguir la vida de un ser humano. ¡Sólo Dios puede crear vida, pero nosotros si podemos crear muerte!
El Abad les susurró algo al oído a los monjes que trajeron al cordero y estos asintieron con reverencia, caminaron hacia el monje que se mostraba consternado y a la fuerza lo llevaron hasta el altar poniéndolo de espaldas encima de la sangre aun tibia del animal.
Nuevamente alzó su cuchillo ensangrentado y dijo:
-¡Dios dijo no matarás y serán buenos hombres, mas yo os digo maten y seréis como Dios!
Justo en el momento en que el cuchillo bajaba para hacer contacto con la piel, el monje logró liberarse y le arrebató el arma al Abad poniéndosela en el cuello. Los demás monjes no se movieron y el monje rebelde, sin pensarlo demasiado, comenzó a cortar al Abad quien emitía quejidos entrecortados y ahogados por su propia sangre. El monje no se detuvo hasta que quedó con la cabeza del Abad completamente cercenada en la mano y tomándola de los cabellos la alzó en señal de victoria y dijo:
-¡Contemplad hermanos míos, la muerte creada por mi mano y mirad mi aspecto divinizado, mi voluntad me ha acercado a la voluntad de Dios!
Los monjes aun impresionados comenzaron a adorar y a cantar:
-¡Viva el nuevo Abad! ¡Viva el nuevo Abad!